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Rodríguez Embil, Luis: El poema del amor y de la muerte (4)
#1
Rodríguez Embil, Luis
Cuba


El poema del amor y de la muerte


I


Hace tres meses que Madona Lisa,
la esposa del Francesco del Giocondo,
acude al «atélier» del duro y hondo
Leonardo; y hoy, tras de escuchar la Misa


en Santa Croce, hermética y sumisa
ha entrado la Señora, acompañada
de su ama de llaves, y, sentada
frente al pintor, le entrega su sonrisa.


Los músicos Salaino y Atalante
mezclan, muy piano, vagorosamente,
los sones del laúd y de la viola.


Duerme el ama. Gioconda, un breve instante,
mira a Vinci. La mira él sonriente...
Solo él con ella está, y ella, en él, sola.



II


Cuenta un cuento Leonardo, a los sonidos
de la música: «Contra la lejana
isla del amor de Chipre, hace la insana
tempestad naufragar a los perdidos


navegantes que, ciegos, y atraídos
por la hermosura de la mar arcana,
son, al tocar en la isla soberana,
por la mar implacable destruidos.


Los náufragos son tan numerosos,
como es bella la tierra, azul el cielo,
glauca la mar que el sol tranquilo irisa...»


Callan Vinci y los sones vagorosos.
Sobre el silencio, extiende la modelo
la obscura claridad de su sonrisa.



IV


En la noche lunar vuelve a su casa
Leonardo pensativo; en la calleja
vibran los ecos de canción añeja
que el corazón del solitario abrasa


en recóndito fuego: «Todo pasa
-dice el canto-, cuál fábula o conseja
es esta vida, en la que se refleja
un instante de luz, y sobrepasa


nuestro entender, sin que jamás sepamos
por qué nacimos, ni hacia dónde vamos:
amemos, pues, mientras amar podemos...»


Leonardo, triste hasta morir, medita.
Y al alejarse la canción, le grita,
como un reproche una vez más: «Amemos...»



V


-«Amemos» piensa a solas el artista-;
«pero ¿es amor aquello a que da el hombre,
sin saber lo que nombra, este alto nombre?
¿He menester siquiera yo que exista


en la carne mi amor, o que revista
forma carnal, para que el milagroso
acto de creación, por prodigioso
ministerio se cumpla? ¿No es la vista


el alma de sus ojos en los míos
el fecundo fundirse de su alma
con mi alma palpitante? Cual dos ríos


en la mar, su mirada con la mía
junta, penetra en la inefable calma
de un mar sin fin de célica armonía...»
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