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Sonetos burlescos (5)
#1
Sonetos burlescos




La pobreza perseguida


A bocados me come el zapatero,
y a gritos me confunde el boticario
con que vaya y veré en su recetario
como consta deberle el mundo entero.


Por otro lado sale el tabernero
trayéndome de cruces un calvario,
y por otro con modo extraordinario
una vieja cobrándome el braguero.


Ni en estío me dejan, ni en invierno
para cobrarme siempre con fiereza,
a pesar de mi modo afable y tierno.


No me deja esta gente alzar cabeza,
y yo les digo, diablos del infierno,
¿por qué así perseguís a la pobreza?



A Nise bordando un ramillete



No es la necesidad tan solamente
inventora suprema de las cosas
cuando de entre tus manos primorosas
nace una primavera floreciente.


La seda en sus colores diferente
toma diversas formas caprichosas,
que aprendiendo en tus dedos a ser rosas
viven sin marchitarse eternamente.


Me parece que al verte colocada
cerca del bastidor, dándole vida,
sale Flora a mirarte avergonzada;


llega, ve tu labor mejor tejida
que la suya de abril, queda enojada
y sin más esperar, vase corrida.



A una alcahueta


Ojos que lloran de continuo suero,
menguado peluquín, frente arrugada,
barba con la nariz contrapunteada
las que aparta por boca un sumidero.


Fó cuyo olor anuncia matadero,
persona de las moscas celebrada,
retrato de la muerte enmascarada
a quien demanda propios el carnero.


Visión de la vejez, ánima impura
condenada a camándula y muleta,
cocodrilo feroz sin dentadura,


que si merece crédito el poeta
todo lo que decanta es la figura,
cuando del diablo no, de una alcahueta.



Perdí el sueño...


Perdí el sueño a las tres de la mañana,
de mi cama salté despavorido,
y no sé si despierto, o bien dormido,
arrojarme intenté por la ventana.


Con un frío me siento de terciana,
gritos doy sofocado y oprimido,
levántase mi hermana y aburrido
le digo mil insultos a mi hermana.


De mi cuarto salí ciego y sin tino,
le rompí la cabeza a mi criado,
mandé mudar de casa a mi vecino:


pero tanta locura y atentado,
¿quieren saber, señores, de qué vino?
Sólo de que soñé que era casado.



A una vieja


Viejo soy, si señora, yo soy viejo,
padezco gota y tengo romadizo,
y cuando con usted no simpatizo
bueno debo de ser para un consejo.


Tampoco es usted moza, y no me quejo
cuando la miro usar pelo postizo,
ajenos dientes, colorín rojizo,
en consulta privada del espejo.


Lo que si me da rabia y desazona
es que usted busque mozo que la quiera
a costa de mi bolsa cincuentona.


Y que pague mi pobre faldiquera
al gran Matusalén de su persona
pecados que el Demonio sugiriera.



Soñé que la fortuna


Soñé que la fortuna en lo eminente
del más suntuoso trono me ofrecía
el imperio del orbe y que ceñía
con diadema inmortal mi augusta frente.


Soñé que del ocaso hasta el oriente
mi formidable nombre discurría
y que del septentrión al mediodía
mi poder se adoraba humildemente.


De triunfantes despojos revestido
soñé que de mi carro rubicundo
tiraba César con Pompeyo uncido.


Despertóme el estruendo furibundo,
solté la risa y dije en mi sentido:
así posan las glorias de este mundo.



La vida del avaro


Sumar la cuenta del total tesoro,
ver si están los talegos bien cabales,
aquí poner los pesos, allí reales,
y de la plata separar el oro.


Advertir cual doblón es más sonoro,
distribuirlos en rilas bien iguales,
calcular los escudos por quintales,
fundando en esto su mayor decoro.


Ver de cerca y de lejos este objeto,
notar si el oro es más subido o claro
registrar de las onzas el secreto,


y en fin sonarlas con deleite raro,
todo esto es describir en un soneto
la vida miserable de un avaro.
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