12.09.2010, 15:22
María Magdalena
Trémula ante Jesús cayó de hinojos,
hoja seca a merced del torbellino...
-¡Perdón!- clamó su labio purpurino,
y el llanto del dolor nubló sus ojos.
-Quiero herirte, Señor, en los abrojos
con que erizas el áspero camino
que a Ti conduce... ¡Tú poder divino
sálveme de ludibrios y sonrojos!...-
Dijo, ahogando la pena que la oprime,
y del Hijo de Dios besó la planta.
-¡Bendita aquella que sus culpas gime!,
contestó el Salvador-. La faz levanta.
«Amaste mucho», y el Amor redime...-
y de una meretriz hizo una santa.
Trémula ante Jesús cayó de hinojos,
hoja seca a merced del torbellino...
-¡Perdón!- clamó su labio purpurino,
y el llanto del dolor nubló sus ojos.
-Quiero herirte, Señor, en los abrojos
con que erizas el áspero camino
que a Ti conduce... ¡Tú poder divino
sálveme de ludibrios y sonrojos!...-
Dijo, ahogando la pena que la oprime,
y del Hijo de Dios besó la planta.
-¡Bendita aquella que sus culpas gime!,
contestó el Salvador-. La faz levanta.
«Amaste mucho», y el Amor redime...-
y de una meretriz hizo una santa.