12.09.2010, 15:00
Los dos platillos
No permitáis, Dios mío, que me muera
sin saber que me muero, pues no quiero
que, al morir ignorando que me muero,
dejéis de oír mi súplica postrera.
Dulce, ingenua, doliente mensajera
de mi cristiano espíritu sincero,
os dirá fervorosa lo que espero
de vuestro amor... Lo que mi amor espera.
Si mi ruego atendéis, estoy salvado.
Poned, Señor, a un lado mi alianza
con todas las protervias... ¿Se ha colmado
el peso, contra mí, de la balanza?...
Pues basta que pongáis al otro lado
la fe, la caridad y la esperanza.
No permitáis, Dios mío, que me muera
sin saber que me muero, pues no quiero
que, al morir ignorando que me muero,
dejéis de oír mi súplica postrera.
Dulce, ingenua, doliente mensajera
de mi cristiano espíritu sincero,
os dirá fervorosa lo que espero
de vuestro amor... Lo que mi amor espera.
Si mi ruego atendéis, estoy salvado.
Poned, Señor, a un lado mi alianza
con todas las protervias... ¿Se ha colmado
el peso, contra mí, de la balanza?...
Pues basta que pongáis al otro lado
la fe, la caridad y la esperanza.