21.08.2010, 16:18
Aguilar Poveda, Luis
Cuba
La canción de Elcino
Elcino, el buen pastor, con la manada huraña
de cabras, paso a paso, cruzó el valle florido;
vibró en los aires puros su peculiar silbido,
y al oírle siguiéronle, camino a la montaña.
Al oír un lejano cantar de pipitaña
recordó la tragedia de su amor sin olvido;
requirió de sus hombros el rabel, y mordido
por la pena, llamó su tierna musa extraña.
En mitad de su música miró que amanecía:
Toda, toda la noche, su canto suprahumano
relató en la montaña su enorme desconsuelo...
Quebró Elcino el rabel con su larga armonía,
y cuando la postrera cuerda rompió su mano,
tras la última nota su alma voló al cielo.
Cuba
La canción de Elcino
Elcino, el buen pastor, con la manada huraña
de cabras, paso a paso, cruzó el valle florido;
vibró en los aires puros su peculiar silbido,
y al oírle siguiéronle, camino a la montaña.
Al oír un lejano cantar de pipitaña
recordó la tragedia de su amor sin olvido;
requirió de sus hombros el rabel, y mordido
por la pena, llamó su tierna musa extraña.
En mitad de su música miró que amanecía:
Toda, toda la noche, su canto suprahumano
relató en la montaña su enorme desconsuelo...
Quebró Elcino el rabel con su larga armonía,
y cuando la postrera cuerda rompió su mano,
tras la última nota su alma voló al cielo.