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De Gotas de ajenjo (5)
#1
De Gotas de ajenjo


IV


En las tardes brumosas del invierno,
cuando el sol taciturno, paso a paso
va cayendo en las sombras del ocaso
como envuelto en las llamas de un infierno,


abro las mustias alas y me cierno
por la infinita bóveda al acaso,
falto de luz y de vigor escaso,
presa de las nostalgias de lo eterno.


Y subo, subo, y cuando el ojo mío
descubre entre los velos de la noche
mi supremo ideal, en el vacío


una mano brutal mis olas cierra
y caigo... sin una ¡ay! sin un reproche,
sobre el fangal inmundo de la tierra.


XIII


Te di el perdón y te alargué mi mano;
tú me juraste redimirte, al verte
libre de Mal, y lejos de la Muerte
y de la podre del comercio humano.


Te salvé del abismo, del insano
foco en que te podrías como inerte
piltrafa en feria; trastoqué tu suerte,
sin ambición, sin interés liviano.


¿Y has caído de nuevo en el pantano;
y a pedirme perdón vienes ahora?
¿Y otra vez vienes a jurar en vano?


¡No más disculpas de ocasión murmures!
¡Llora, sí, llora mucho! ¡Llora, llora!
Y ven, si quieres... pero nada jures.


XV


El hombre engendra al hombre; da la vida
(es decir: la inquietud, la pena, el llanto)
en un espasmo lúbrico, y, en tanto,
la sociedad lo aplaude complacida.


El hombre mata al hombre; el homicida
da el consuelo: la paz del camposanto;
y la ley le persigue... y, con espanto,
la sociedad repúdialo ofendida.


Si el ser que nace es presa del quebranto,
y el que muere por fin descansa inerte...
este problema hasta el Creador levanto:


¿Quién es más criminal (que Dios decida)
aquél que, ciego y loco, da la muerte...?
¡o, aquél que, impuro y cuerdo, da la vida!


XVI


Cruzó como un relámpago el vacío,
bajo el trémulo palio de las frondas;
y cayó, de cabeza, en pleno río,
destrozando el espejo de las ondas.


Tres veces resurgió su cuerpo impuro
-su cuerpo encenegado en la molicie-
y otras tantas hundióse en el oscuro
fondo, bajo la rota superficie.


Después... flotó el cadáver en el agua,
en donde el sol, al expirar, ponía
el último reflejo de su fragua.


¡Y el cadáver se fue... con las abiertas
pupilas asombradas...: lo seguía
un callado cortejo de hojas muertas!

LXI

Blanco velo que al mármol importuna,
flota sobre la frente inmaculada
y tersa de la virgen desposada,
como un vago crepúsculo de luna.


Sutil como las gasas de la cuna
de la niñez que duerme sosegada,
y luego cual la niebla aletargada
sobre el glauco cristal de la laguna.


¡Calma, oh novia, tu ardor, calma tu anhelo,
y expira, antes que alumbre el nuevo día
marchita tu inocencia -¡flor de cielo!


¡Y en vez de aquella toca tan sombría
que ponen a las muertas, aquel velo
lleva intacto a la tumba negra y fría!
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