21.08.2010, 10:05
La muerte de la bacante
Erigone, en desorden la melena,
de Venus presa con ardor salvaje,
oculta apenas en el griego traje
los globos de marfil y de azucena.
El seco labio, que el pudor no frena,
del lienzo muerde el tempestuoso oleaje,
y rasgando el incómodo ropaje,
besa y comprime la tostada arena.
Ebria de amor, frenética de vino,
en torno extiende la febril mirada,
mal tendida en las piedras del camino.
Y al contemplarse sola, despechada
se oprime el pecho, con rumor suspira,
cierra los ojos, y gozando expira.
Erigone, en desorden la melena,
de Venus presa con ardor salvaje,
oculta apenas en el griego traje
los globos de marfil y de azucena.
El seco labio, que el pudor no frena,
del lienzo muerde el tempestuoso oleaje,
y rasgando el incómodo ropaje,
besa y comprime la tostada arena.
Ebria de amor, frenética de vino,
en torno extiende la febril mirada,
mal tendida en las piedras del camino.
Y al contemplarse sola, despechada
se oprime el pecho, con rumor suspira,
cierra los ojos, y gozando expira.