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Rodríguez Embil, Luis: El poema del amor y de la muerte (4) - ZaunköniG - 24.09.2010 Rodríguez Embil, Luis Cuba El poema del amor y de la muerte I Hace tres meses que Madona Lisa, la esposa del Francesco del Giocondo, acude al «atélier» del duro y hondo Leonardo; y hoy, tras de escuchar la Misa en Santa Croce, hermética y sumisa ha entrado la Señora, acompañada de su ama de llaves, y, sentada frente al pintor, le entrega su sonrisa. Los músicos Salaino y Atalante mezclan, muy piano, vagorosamente, los sones del laúd y de la viola. Duerme el ama. Gioconda, un breve instante, mira a Vinci. La mira él sonriente... Solo él con ella está, y ella, en él, sola. II Cuenta un cuento Leonardo, a los sonidos de la música: «Contra la lejana isla del amor de Chipre, hace la insana tempestad naufragar a los perdidos navegantes que, ciegos, y atraídos por la hermosura de la mar arcana, son, al tocar en la isla soberana, por la mar implacable destruidos. Los náufragos son tan numerosos, como es bella la tierra, azul el cielo, glauca la mar que el sol tranquilo irisa...» Callan Vinci y los sones vagorosos. Sobre el silencio, extiende la modelo la obscura claridad de su sonrisa. IV En la noche lunar vuelve a su casa Leonardo pensativo; en la calleja vibran los ecos de canción añeja que el corazón del solitario abrasa en recóndito fuego: «Todo pasa -dice el canto-, cuál fábula o conseja es esta vida, en la que se refleja un instante de luz, y sobrepasa nuestro entender, sin que jamás sepamos por qué nacimos, ni hacia dónde vamos: amemos, pues, mientras amar podemos...» Leonardo, triste hasta morir, medita. Y al alejarse la canción, le grita, como un reproche una vez más: «Amemos...» V -«Amemos» piensa a solas el artista-; «pero ¿es amor aquello a que da el hombre, sin saber lo que nombra, este alto nombre? ¿He menester siquiera yo que exista en la carne mi amor, o que revista forma carnal, para que el milagroso acto de creación, por prodigioso ministerio se cumpla? ¿No es la vista el alma de sus ojos en los míos el fecundo fundirse de su alma con mi alma palpitante? Cual dos ríos en la mar, su mirada con la mía junta, penetra en la inefable calma de un mar sin fin de célica armonía...» |