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Sonetos burlescos (5) - ZaunköniG - 12.09.2010 Sonetos burlescos La pobreza perseguida A bocados me come el zapatero, y a gritos me confunde el boticario con que vaya y veré en su recetario como consta deberle el mundo entero. Por otro lado sale el tabernero trayéndome de cruces un calvario, y por otro con modo extraordinario una vieja cobrándome el braguero. Ni en estío me dejan, ni en invierno para cobrarme siempre con fiereza, a pesar de mi modo afable y tierno. No me deja esta gente alzar cabeza, y yo les digo, diablos del infierno, ¿por qué así perseguís a la pobreza? A Nise bordando un ramillete No es la necesidad tan solamente inventora suprema de las cosas cuando de entre tus manos primorosas nace una primavera floreciente. La seda en sus colores diferente toma diversas formas caprichosas, que aprendiendo en tus dedos a ser rosas viven sin marchitarse eternamente. Me parece que al verte colocada cerca del bastidor, dándole vida, sale Flora a mirarte avergonzada; llega, ve tu labor mejor tejida que la suya de abril, queda enojada y sin más esperar, vase corrida. A una alcahueta Ojos que lloran de continuo suero, menguado peluquín, frente arrugada, barba con la nariz contrapunteada las que aparta por boca un sumidero. Fó cuyo olor anuncia matadero, persona de las moscas celebrada, retrato de la muerte enmascarada a quien demanda propios el carnero. Visión de la vejez, ánima impura condenada a camándula y muleta, cocodrilo feroz sin dentadura, que si merece crédito el poeta todo lo que decanta es la figura, cuando del diablo no, de una alcahueta. Perdí el sueño... Perdí el sueño a las tres de la mañana, de mi cama salté despavorido, y no sé si despierto, o bien dormido, arrojarme intenté por la ventana. Con un frío me siento de terciana, gritos doy sofocado y oprimido, levántase mi hermana y aburrido le digo mil insultos a mi hermana. De mi cuarto salí ciego y sin tino, le rompí la cabeza a mi criado, mandé mudar de casa a mi vecino: pero tanta locura y atentado, ¿quieren saber, señores, de qué vino? Sólo de que soñé que era casado. A una vieja Viejo soy, si señora, yo soy viejo, padezco gota y tengo romadizo, y cuando con usted no simpatizo bueno debo de ser para un consejo. Tampoco es usted moza, y no me quejo cuando la miro usar pelo postizo, ajenos dientes, colorín rojizo, en consulta privada del espejo. Lo que si me da rabia y desazona es que usted busque mozo que la quiera a costa de mi bolsa cincuentona. Y que pague mi pobre faldiquera al gran Matusalén de su persona pecados que el Demonio sugiriera. Soñé que la fortuna Soñé que la fortuna en lo eminente del más suntuoso trono me ofrecía el imperio del orbe y que ceñía con diadema inmortal mi augusta frente. Soñé que del ocaso hasta el oriente mi formidable nombre discurría y que del septentrión al mediodía mi poder se adoraba humildemente. De triunfantes despojos revestido soñé que de mi carro rubicundo tiraba César con Pompeyo uncido. Despertóme el estruendo furibundo, solté la risa y dije en mi sentido: así posan las glorias de este mundo. La vida del avaro Sumar la cuenta del total tesoro, ver si están los talegos bien cabales, aquí poner los pesos, allí reales, y de la plata separar el oro. Advertir cual doblón es más sonoro, distribuirlos en rilas bien iguales, calcular los escudos por quintales, fundando en esto su mayor decoro. Ver de cerca y de lejos este objeto, notar si el oro es más subido o claro registrar de las onzas el secreto, y en fin sonarlas con deleite raro, todo esto es describir en un soneto la vida miserable de un avaro. |