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La esfinge - Druckversion

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La esfinge - ZaunköniG - 11.09.2010

La esfinge



I


La caravana por camino incierto
con recelosa indecisión avanza,
temiendo a cada paso la acechanza
de las nómadas tribus del Desierto.


Por todas partes el espacio abierto
se pierde en fatigosa lontananza,
y donde quiera que la vista alcanza
todo está triste, desolado, muerto.


Ni verde selva, ni azulado monte
el mar limitan de infecunda arena
en que el dócil camello hunde su planta,


y sólo al fin del diáfano horizonte,
brillando al sol, inmóvil y serena,
la misteriosa esfinge se levanta.



II


Sembrado está de huesos, que calcina
sol inclemente, el árido contorno,
y por el aire, ardiente como un horno,
no cruza ni una humilde golondrina.


Alza polvo sutil densa neblina
de la cansada caravana en torno,
que, rindiéndose al peso del bochorno,
con soñolienta postración camina.


Nada su sed inextinguible aplaca,
ante se irrita más, cuanto más finge
gratos oasis el febril anhelo.


Y en la remota línea se destaca
la gigantesca mole de la Esfinge,
impenetrable y muda como el cielo.



III


Buscando alivio a sus atroces penas,
en su camello el árabe dormita;
mas ¡ay!, de pronto se incorpora y grita
y siente hervir la sangre de sus venas.


Es que el simum, rompiendo sus cadenas,
oscurece la bóveda infinita
y con terrible convulsión agita
el vasto mar de líbicas arenas.


El monstruo asolador todo lo arrasa,
arrolla en desatado torbellino
la caravana sin ventura, y pasa.


Y cuando vuelve a sosegarse el llano,
allá, ciega y brutal como el Destino,
cota la Esfinge el término lejano.