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Las piedras preciosas (15) - ZaunköniG - 11.09.2010 Las piedras preciosas Granate Es de un vivo matiz de roja flama, como fresa en sazón que se madura; si se mira a través finge una llama, o una gota de sangre, que fulgura. Su reflejo de oro, se derrama, con tonos de carmín, por tu blancura, sobre la cual, en armoniosa gama, como en nieve, diluye su luz pura. Cuando a tus dedos de marfil lo engarzas, tus dedos blancos son alas de garzas opresas entre fúlgida sortija. Y si lo prendes en tu blusa floja, pienso que un ascua, calcinante y roja, te quema el cuello con su llama fija. La sanguinaria Finge un botón de acero empavonado, lleno de gris y oscura luz ambigua, que despide un reflejo abrillantado, prendido en tu ideal sortija antigua. Aún de su matiz ensombreado no cuaja en su interior la luz exigua, sino que irradia y brilla, iluminado, y su belleza lírica atestigua. Como rosa de acero, peregrina, en tu extraña sortija bizantina, a extraño insecto disecado iguala. Y es en tu mano, de oro y nácar pura, como un botón de acero, en la blancura impecable y lunática de un ala. La amatista Piedra de transparencia delicada, de un color de violeta luminoso, sobre tu blanca mano, ensortijada, es un extraño talismán hermoso. Cristal teñido de óxido violado, de transparente gama brilladora, derrama su fulgor iluminado en radiación joyante y seductora. Son tus ojeras, cárdenas y bellas, que marcan en tu faz las hondas huellas del íntimo deseo que te agobia, dos largas amatistas voluptuosas, que, bajo tus pupilas luminosas, palpitan en tu blanca faz de novia. El ónix No hay pupila letal ni negra yema que se compare a tu negror intenso; si lo miro sobre tu dedo, pienso que la noche en tu dedo se ha hecho gema. Es pupila de esfinge alucinante, donde un hondo misterio se columbra, y al par que es negro nítido, relumbra lleno de luz, lo mismo que un diamante. Una de tus pupilas lo he creído, porque en el fulgurar de tus miradas, sombra con luz, a un tiempo se han fundido; y porque en su negror de gema fina, igual que en tus pupilas encantadas, miro el mismo misterio que fascina. El coral Del fondo de los mares extraído de los raros zoófitos calizos, sobre tu cuello, a tu collar prendido, aumenta su belleza tus hechizos. Flor marina de púrpura sangrienta, roba a tu boca su color de grana, y finge clavel rojo que revienta y en pétalos de oro se desgrana. Cuando en tu nuca, de blancor intenso, lo miro ensangrentar tu carne, pienso en el abierto rictus de una herida, por donde, entre raudales desbordados, brotara, de tus senos traspasados, la sangre, como púrpura encendida. La esmeralda Finge una verde rosa peregrina prendida de tus dedos armoniosos, que tienen la apariencia, blanca y fina, de una manojo de lirios temblorosos. Es de un glauco color de ola marina, y cual los verdes ojos misteriosos de la serpiente, es verde que fascina con sus claros reflejos luminosos. Tus pupilas poseen su verde vivo, aunque es el de tus ojos más lascivo y tiene vagas luces temblorosas. Mas tus ojos, así, se me figuran dos verdes esmeraldas que fulguran sobre dormidas aguas azulosas. El crisoberilo De suave brillo, claro y transparente, tenue y redonda lágrima brillante, auna a su matiz blanco y luciente, limpia luz de reflejo fulgurante. Al lirio imita en su color. Se siente mirándolo en tu dedo palpitante la ilusión de mirar un refulgente lucero de blancura alucinante. Si te adornas con él, Venus radiosa, se piensa que su magia prodigiosa conserva todo su feliz encanto. Y cuando lloras de inquietud sencilla, es un crisoberilo en tu mejilla cada gota de nieve de tu llanto. La perla Lampo de luna luminoso y leve, o tembloroso copo cristalino, finge la perla, de blancor de nieve, sobre tu blanco dedo alabastrino. Tus uñas, nacaradas y pulidas, son diez perlas joyantes, engarzadas sobre diez blancas yemas florecidas, o en diez conchas de mar aprisionadas. Si en diadema de lírica realeza, la ciñes a tu frente de alabastro, da prestigio ideal a tu belleza; y eres reina de altivo continente, con una perla sobre de la frente, luminosa y radiante, como un astro. El ágata Gema de aristocracia. En su dorado engarce, llena de fulgor palpita, como un bello pistilo iluminado de azucena o extraña margarita. Es un copo de nieve abrillantado, y en tus ricas sortijas de oro, imita un botón de alabastro, veteado con patina sutil de hoja marchita. Cuando la llevas en la negra nube que finge tu radiante cabellera, de tu cabello un claro nimbo sube. Y, así, en tu cabellera colocada, es una hermosa estrella que fulgiera sobre una noche oscura. desmayada. La cornelina Tiene un color rosado y ambarino en conjunción, radiante y armoniosa, de ámbar delirio con carmín de vino, y oro geranio con carmín de rosa. Gema de bella y limpia luz de oro, en claros nimbos su fulgencia arroja, y parece, en su lírico decoro, la flor sangrienta de tu boca roja. Su luz en clara irradiación difunde sobre tu mano, como sobre un ala, y con tu carne de ámbar se confunde; porque tu carne, que es rosada y crema, su matiz transparente y puro, iguala por una extraña afinidad de gema. El rubí Finge gota de sangre congelada sobre el lascivo borde de una herida; para aumentar su luz a la granada roba su gama de carmín teñida. El cáliz de la rosa ensangrentada, encierra del rubí luz encendida, y de los belfos de la puñalada brota el rubí de grana desleída. Al mirarlo en tu seno colocado, y ver sobre tus senos, he pensado, la herida de un florete damasquino; o bien que ardiendo, en vivos resplandores incendiara tu cuello alabastrino, una llama de vivos resplandores. La sardónica La ilumina un reflejo opalescente de naranja en sazón que al sol se dora, como un cáliz de rosa, transparente, que en pétalos de luces se desflora. Si la luz la ilumina levemente, de matices de grana se colora, cual si encerrara en su cristal luciente, el oro luminoso de una aurora. Engarzada en tu antiguo camafeo, derrama su dorado parpadeo, de luminoso esmalte de granada. Y al mirarla en tu nuca alucinante, semeja el rictus, rojo y enervante, de una honda y sangrienta puñalada. La piedra de luna Nítida y transparente como bella perla de agua, tranquila y armoniosa, guarda una tenue claridad de estrella y un aparente languidez de rosa. En su fulgir sereno tiene aquella suavidad del lucero, que en la hermosa placidez de la noche, se querella con la fuente, que mana temblorosa. Tal es de blanca, pura y transparente, una gota de lágrima doliente sobre el cáliz de un lirio derramada. El llanto que tus ojos atesoran piedras de luna son, que se evaporan al rodar por tu faz anacarada. El zafiro Azul cual tus pupilas luminosas, copia, en su transparencia cristalina, el claro azul del cielo, en temblorosas y delicadas luces peregrinas. Si te vistes de azules terciopelos tu cuerpo es un zafiro luminoso, que labrara, entre líricos desvelos, algún extraño orfebre caprichoso. El zafiro diluye en las tranquilas y temblorosas aguas de los lagos su limpio azul, cual el de tus pupilas. Y en el cobalto de azulada gama, y en los cielos románticos y vagos, como en tus ojos, su matiz derrama. La crisolita Es de un vivo color verde amarillo de hojas secas o pálido alabastro, y, así, radiante, el derramar su brillo, fulge en tu dedo, cual pequeño astro. Su luz, que vierte un fúlgido tesoro, en uno solo dos colores funde: el de la rosa y el jazmín de oro que en sus facetas de cristal difunde. Los áureos nimbos, que en doradas huellas, tiemblan sobre los lirios ideales, son luminosas crisolitas bellas. Y son, también, radiante crisolitas, los tranquilos reflejos boreales del Polo, entre las nieves infinitas. |