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Pinceladas (8) - ZaunköniG - 23.08.2010 Pinceladas I Parece que, suspenso en su carrera, quedóse el sol en el cenit clavado; sigue el agua su curso fatigado y la arena del margen reverbera. En el bosque cercano desespera el silencio de muerte que ha reinado, y apenas se oye el canto desolado de la torcaz medrosa y plañidera. Salta un ciervo: a los vientos interroga, hunde sus secas fauces con anhelo en la corriente que su sed ahoga; asustada una garza tiende el vuelo y como nube solitaria boga por el azul espléndido del cielo. II Orando acaso por el ser que adora, imagen muda del dolor sombrío, el funerario sauce sobre el río cuelga su cabellera protectora. Tenaz conserva su actitud traidora un martín pescador, hosco y bravío, y al parecer, durmiéndose de hastío está en la rama que se inclina y llora. Por fin en el remanso un pez blanquea, rápido se derrumba de repente y el agua con violencia chapotea; vuelve a posarse en el sauce doliente. Y parece, al bañarse en luz febea, que llevara en el pico un ascua ardiente. III Ha tiempo que la lluvia bienhechora no difunde la vida y la alegría, que el enervante y caluroso día viene después de festejada aurora. El sol vierte su lumbre caldeadota del ancho cielo en la extensión vacía, se retuerce el arbusto en agonía y en los cauces el agua se vapora. Una tarde los míseros mortales, pidiendo gracia en la feroz contienda y buscando un alivio a tantos males, lleva en aras de sencilla ofrenda, a través de los áridos maizales al tutelar patrono de la hacienda. IV Por fin, dándole forma a la esperanza de que termina la moral reyerta, bordando airosa la extensión incierta se divisa una nube en lontananza. El potro al viento su relincho lanza como un clarín que se mantiene alerta, y mientras todo en torno se despierta la nube negra y majestuosa avanza. De pronto surge del oscuro seno lívida cinta de bruñida plata desaparece entre el fragor del trueno, y entre tanto que el eco se dilata, de la excelsa región manda el Dios bueno brilladora y sonante catarata. V Cesó la lluvia torrencial: la tierra a la vida despierta sonriente, besa el sol, al perderse en Occidente, la cresta azul de la erizada sierra. Por las fragosas soledades yerra atronador y rápido el torrente, y se derrama por el fresco ambiente cuanto perfume la corola encierra. El cenzontle celebra en la espesura la vespertina fiesta que hasta el nido llevó el canto más dulce de ternura; llora el bosque, empeñado y aterido, y la húmeda extensión de la llanura la puebla el toro con triunfal bramido. VI Las trepadoras en confuso vuelo el reposo perturban de los nidos, y se posa, gritando, en los erguidos bosques que tocan con la frente al cielo. De la hojarasca entre el espeso velo brotan risas y llantos y gemidos, y una lluvia de frutos carcomidos está alfombrando si cesar el suelo. Asoma el gavilán: con alegría de sangriento festín torna en palacio el cortinaje de la selva umbría; y un girón de esmeralda y de topacio flota con azorada greguería por el azul radiante del espacio. VII Bulliciosas cruzaron las murallas de la sierra, el desierto y el bohío, y las dos van buscando a su albedrío de hermosos climas las remotas playas. Los chicuelos que sirven de atalayas gritan ¡adiós! con fuerte vocerío, y al trasponer el rojo caserío les responden ¡adiós! las guacamayas. ¡Adiós! y hieren con el ala abierta la despejada atmósfera tranquila de la anchurosa inmensidad desierta; fatigada las sigue la pupila y desaparecen en la línea incierta que la montaña en el azul perfila. VIII ¡Oh las tardes de junio. Es un santuario la tierra de flotantes oraciones que ascienden a las límpidas regiones como espirales blancas de incensario! La ermita desde el pobre campanario esparce sus aladas vibraciones, y regresan, cantando los peones de las fatigas del trabajo diario. De la florida y susurrante rama, como un himno triunfal surge el gorjeo, y entre tanto rumor que se derrama predomina el monótono voceo que pertinaz y quejumbroso llama a las vacas mugientes al rodeo. |