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Tríptico (3) - ZaunköniG - 22.08.2010 Tríptico El cura Es el cura... Lo han visto las crestas silenciarías, luchando de rodillas con todos los reveses, salvar en pleno invierno los riesgos montañeses y trasponer de noche las rutas solitarias. De su mano propicia, que hace crecer las mieses, saltan como sortijas gracias involuntarias; y en su asno taumaturgo de indulgencias plenarias hasta el umbral del cielo lleva a sus feligreses... El pasa del hisopo al zueco y la guadaña; él ordeña la pródiga ubre de la montaña para encender con oros el pobre altar de pino; de sus sermones fluyen suspiros de albahaca; el único pecado que tiene es un sobrino... y su piedad humilde lame como una vaca. La iglesia En un beato silencio el recinto vegeta. Las vírgenes de cera duermen en su decoro de terciopelo lívido y de esmalte incoloro; y San Gabriel se hastía de soplar la trompeta... Sedienta, abre su boca de mármol la pileta. Una vieja estornuda desde el altar del coro... Y una legión de átomos sube un camino de oro aéreo que una escala de Jacob interpreta. Inicia sus labores el ama reverente; para saber si anda de buenas San Vicente, con tímidos arrobos repica la alcancía... Acá y allá maniobra después con un plumero, mientras, por una puerta que da a la sacristía, irrumpe la gloriosa turba del gallinero. La novicia Surgiste, emperatriz de los altares, esposa de tu dulce nazareno, con tu atavío pavoroso, lleno de piedras, brazaletes y collares. Celoso de tus júbilos albares, el ataúd te recogió en su seno y hubo en tu místico perfil un pleno desmayo de crepúsculos lunares. Al contemplar tu cabellera muerta avivose en tu espíritu una incierta huella de amor. Y mientras que los bronces se alegraban, brotaron tus pupilas lágrimas que ignoraron hasta entonces la senda en flor de tus ojeras lilas. |