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Normale Version: Poemas del mar (6)
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Poemas del mar


I


Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico,
con sus faroles rojos en la noche calina,
y el disco de la luna bajo el azul romántico,
rielando en la movible serenidad marina...


Silencio de los muelles en la paz bochornosa,
lento compás de remos en el confín perdido,
y el leve chapoteo del agua verdinosa
lamiendo los sillares del malecón dormido;


fingen en la penumbra fosfóricos trenzados
las mortecinas luces de los barcos anclados,
brillando entre las ondas muertas de la bahía...;


y de pronto, rasgando la calma, sosegado,
un cantar marinero, monótono y cansado,
vierte en la noche el dejo de su melancolía...



II


La taberna del muelle tiene mis atracciones
en esta silenciosa hora crepuscular.
Yo amo los juramentos de la conversaciones,
y el humo de las pipas de los hombres de mar.


Es tarde de domingo, esta sencilla gente
la fiesta del descanso tradicional celebra;
son viejos marineros que apuran lentamente,
pensativos y graves, sus copas de ginebra.


Uno muy viejo cuenta su historia: de grumete
hizo su primer viaje el año treinta y siete,
en un patache blanco, fletado en Singapur...


Y, contemplando el humo, relata conmovido
un cuento de piratas, de fijo sucedido
en las lejanas costas de América del Sur...



III


Y volvieron de nuevo las febricientes horas;
el sol vertió su lumbre sobre la pleamar,
y resonó el aullido de las locomotoras
y el adiós de los buques dispuestos a zarpar.


Jadean chirriantes en el trajín creciente
las poderosas grúas... y a remolque, tardías,
las disformes barcazas andan pesadamente
con sus hinchados vientres llenos de mercancías;


nos saluda a lo lejos el blancor de una vela,
las hélices revuelven la luminosa estela...
Y entre el sol de la tarde y el humo del carbón,


la graciosa silueta de un bergantín latino
se aleja lentamente por el confín marino,
como una nube blanca sobre el azul plafón.



IV


Llegaron invadiendo las horas vespertinas;
el humo denso y negro manchó el azul del mar,
y el agrio resoplido de sus broncas bocinas
resonó en el silencio de la puesta solar.


Hombres de ojos de ópalos y de fuerzas titánicas,
que arriban de países donde no luce el sol:
acaso de las nieblas de las Islas Británicas,
o de las cenicientas radas de Nueva York.


Esta tarde, borrachos, con caminar incierto,
en desmayados grupos se dirigen al puerto,
entonando el Good save con ritmo desigual...


Y en un ¡hurra! prorrumpen con voz estentorosa
al ver sobre los mástiles ondear victoriosa
la púrpura violeta del pabellón Royal...



V


Esta vieja fragata tiene sobre el sollado
un fanal primoroso como una imagen linda;
y en la popa, en barrocos caracteres grabado,
sobre el Lisboa clásico, un dulce nombre: Olinda...


Como es de mucho porte y es cara la estadía,
alija el cargamento con profusión liviana:
Llegó anteayer de Porto, filando el Mediodía,
y hacia el cabo de Hornos ha de salir mañana...


¡Con qué desenvoltura ceñía la ribera!
Y era tan femenina, y era tan marinera,
entrando, a todo trapo, bajo el sol cenital,


que se creyera al verla, velívola y sonora,
una nao almirante que torna vencedora
de la insigne epopeya de un combate naval...



Final


Yo fui el bravo piloto de mi bajel de ensueño,
argonauta ilusorio de un país presentido,
de alguna isla dorada de quimera o de sueño,
oculta entre las sombras de lo desconocido...


Acaso un cargamento magnífico encerraba
en su cala mi barco; ni pregunté siquiera;
absorta mi pupila las tinieblas sondaba,
y hasta hube de olvidarme de clavar mi bandera.


Y llegó el viento Norte, desapacible y rudo;
el poderoso esfuerzo de mi brazo desnudo
logró tener un punto la fuerza del turbión;


para lograr el triunfo luché desesperado,
y cuando ya mi cuerpo desfalleció cansado,
una mano en la noche me arrebató el timón.