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Normale Version: El poeta galante (4)
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El poeta galante



I


Añoro yo aquel tiempo del miriñaque inflado,
de los bucles en torno de la ovalada frente,
de los largos zarcillos de plata reluciente
y del impertinente que hoy ha resucitado.


En un daguerrotipo, que un fiel enamorado
guarda, he visto una dama de aquel tiempo; y mi mente
se ha sentido confusa, porque en nuestro presente
ya no hay aquella gracia que hubo en nuestro pasado.


¡Oh tiempo aquel de gentes que, al mirarlas de lejos,
aparecen rodeadas de una luz misteriosa,
cual si las reflejasen desconchados espejos!


Tibio rincón de encanto donde el amor chispea,
mientras que en el ambiente perfumado de rosa,
flota el rumor de un ósculo entre una melopea...



II


En la reja nerviosa gime una serenata,
bajo un celestinaje de picaresca Luna;
y tras la celosía, se presiente que hay una
mujer que es toda hecha de suspiro y de plata.


El galán embozado sus querellas desata
en el claro silencio de la calle moruna;
y, como un ala de ave que roza una laguna,
va diciendo en su canto la pena que lo mata.


Cesa la melodía; cruje la celosía;
y la miel de un coloquio se disuelve en la hora,
hasta que el gallo dice la anunciación del día.


Se alarga un beso bajo la luna macilenta,
las penumbras sonríen y la reja se enflora...
y esto es aquí y en mayo y en el año cuarenta.



III


Episodios galantes: citas breves y oscuras;
femeninos perfiles en cerradas calesas;
silbidos que se cruzan en la sombras espesas;
y brazos donjuanescos que aprisionan cinturas.


Abadías que amparan un hervor de locuras,
monasterios que tienen encantadas princesas;
breviarios en que cartas de amor laten opresas,
rosarios que en los dedos cuentan cien aventuras.


Es un tiempo que pasa todo él de soslayo:
la mujer sospechosa sufre siempre un desmayo
y el galán bajo el lecho disimula una cita.


Se diría que Venus a rezar ha aprendido;
y, beatíficamente, moja el ramo florido
de sus dedos rosados en el agua bendita...



IV


Y bien: todo ese tiempo de vidas amorosas
se estremece en la lira del poeta risueño,
que aparece en diez lustros como el único dueño
de cuanto sabe a mieles y cuanto huele a rosas.


El poeta sonríe cuando habla de esas cosas;
y a través de su canto, como a través de un sueño,
Jesucristo sonríe también desde su leño...
y todas las sonrisas se vuelven mariposas.


Noble, irónico, fino, disimula el manto
de su verso, el poeta, todo el vicio: su canto
torna el mal de las gentes en artístico bien;


y, resaltando sobre la liviandad oscura,
de esa edad que él cantaba, sólo, al fin, su figura
quedará por los siglos de los siglos. Amén.