11.09.2010, 12:52
El ruiseñor
Oíd la campanita, cómo suena,
el toque del clarín, como arrebata,
las quejas en que el viento se desata
y del agua el rodar sobre la arena.
Escuchad la amorosa cantinela
de Favonio rendido a Flora ingrata
y la inmensa y divina serenata
que Pan modula en la silvestre avena.
Todo eso hay en mis cantos. Me enamora
la noche; de los hombres soy delicia
y paz, y, entre los árboles cubierto,
sólo yo alcé la voz consoladora,
como una blanda y celestial caricia,
cuando Jesús agonizó en el huerto.
Oíd la campanita, cómo suena,
el toque del clarín, como arrebata,
las quejas en que el viento se desata
y del agua el rodar sobre la arena.
Escuchad la amorosa cantinela
de Favonio rendido a Flora ingrata
y la inmensa y divina serenata
que Pan modula en la silvestre avena.
Todo eso hay en mis cantos. Me enamora
la noche; de los hombres soy delicia
y paz, y, entre los árboles cubierto,
sólo yo alcé la voz consoladora,
como una blanda y celestial caricia,
cuando Jesús agonizó en el huerto.