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Normale Version: Los dolores de la Virgen (9)
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Los dolores de la Virgen



Invocación


Ecos fugaces de la selva umbría,
murmullos de arroyuelos bullidores,
suspiros de canoros ruiseñores,
confusas notas de la mar bravía;


venid a secundar la lira mía,
que ha menester de fuerzas superiores,
y en mágico conjunto de primores
cantaré los tormentos de María.


Tú, Madre celestial, a cuyo manto
se acoge el triste trovador sincero;
muéstrame las grandezas de tu llanto.


Cantar tus penas cual merecen quiero;
dirige tú mi plañidero canto
y escuchará mi voz el mundo entero.



I


Apenas el lucero matutino,
presentóse en la bóveda azulada,
dejan José y María su morada
llevando en brazos a Jesús divino.


Las flores que guarnecen el camino
se yerguen para verlos de pasada,
y Ellos siguen su marcha acelerada
sin presentir los triste de su sino.


¡Oh Templo de Sión! Yo te saludo
con voz ferviente, de suspiros llena,
y ante tus gradas me prosterno mudo;


que hoy en ti se consuma la alta escena
en que, a la voz de Simeón, sacudo
el primer eslabón de mi cadena.



II


Obedeciendo celestial aviso,
con alma triste y con el cuerpo yerto,
la Sagrada Familia huye al desierto,
sin prepararse ni lo más preciso.


En su curso anhelante e indeciso,
siempre a sus ojos el abismo abierto,
cuando es su rudo parecer más cierto
exclama resignada: -Dios lo quiso-


¡Flor la más delicada de las flores!
¡Oh Virgen! ¿Cómo puede tu ternura
sufrir de tanto daño los rigores?


Mas ¡ay! el cáliz de vapor apura...
¿Qué sería sin eso tus dolores
de aquesta miserable criatura?



III


-¿Habéis visto al amor del alma mía?-
pregunta a todos con afán prolijo
al verse sola sin su amado hijo,
la tan afligidísima María.


Un vértigo de amor sus pasos guía
y busca por doquier sin rumbo fijo,
y no hay calle ni plaza ni escondrijo
que se cierre a su bárbara agonía.


Sapientísima y alta Providencia:
¿do está Jesús que no oye tanto duelo?
¿qué lugar santifica su presencia?


Vedle en el templo: esparce con anhelo
las primeras semillas de una ciencia
que puede hacer de nuestro mundo un cielo.



IV


Todo inspira doquier duelo y pavura:
el sol que apenas arde, el triste acento
del aire enrarecido, y el lamento
de Jesús en la calle de Amargura.


Rompiendo de la turba la espesura,
ya sin color y casi sin aliento,
cual paloma impedida por el viento
corre hacia el Salvador la Virgen pura.


Anhelosa lo llama a su regazo,
y, aunque a entrambos el paso se les cierra,
al fin se funden en estrecho abrazo;


y el miserable pecador se aterra,
sin saber que ese nudo es un abrazo
que sen dan hoy los cielos con la tierra.



V


¿Cómo podrá expresa mi baja lira
con fieles vibraciones el quebranto
de la Madre del Dios tres veces santo
que abrazada a la cruz hondo suspira?


¡Nube de horrores por la mente gira
que baja al corazón trocada en llanto,
y, al querer entonar fúnebre canto,
sobreexcitada la razón delira.


¡Oh de Dios y los hombres santa Madre!
Plegue a tu sacratísimo derecho
que tu negra aflicción a mi alma cuadre


y que, en mi llanto abrasador deshecho,
la misma espada que te hirió taladre
la víscera amorosa de mi pecho.



VI


Cubre negro crespón el firmamento,
riñen los mundos infernal batalla,
embravecido el mar rompe su valla
y silba desatado y seco el viento.


De las piedras escúchase el lamento,
el trueno airado zumba, el rayo estalla,
y, temblando la cruz en que se halla,
lanza el Hijo de Dios su último aliento.


En medio del desorden y la muerte
preséntase la Madre dolorida
y en sus brazos recoge a su hijo inerte;


y lo oprime y lo besa estremecida
cual si le fuese dada tanta suerte
que pudiese otra vez darle la vida.



VII


¡Ya no existe Jesús! Pesada losa
aprisiona sus lívidos despojos.
¿Y María? Doquier lanza los ojos
halla la soledad más espantosa.


Al ver tal duelo, la encendida rosa
temblando oculta sus colores rojos,
y al presenciar el ave sus enojos
pliega el vuelo y se oculta silenciosa.


Todo ofrece señales de tristeza:
desde el negro crespón del firmamento
hasta el frío tapiz de la maleza


se oye con voz sin timbre este lamento:
-Si así siente la gran naturaleza,
¿quién mide de María el sufrimiento?



Conclusión


Ecos fugaces de la selva umbría,
murmullos de arroyuelos bullidores,
suspiros de canoros ruiseñores,
confusas notas de la mar bravía;


los que auxiliasteis a la lira mía,
al cantar de la Virgen los dolores,
recibir de mi pecho los favores
que os devuelvo dichoso en este día.


Tú, Madre celestial, a cuyo manto
se acoge el triste trovador sincero;
recibe con amor mi pobre canto.


Yo, en la empresa, feliz me considero;
pues si pensé morirme al ver tu llanto
eterna vida por tu llanto espero.