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Normale Version: Las piedras preciosas (15)
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Las piedras preciosas



Granate


Es de un vivo matiz de roja flama,
como fresa en sazón que se madura;
si se mira a través finge una llama,
o una gota de sangre, que fulgura.


Su reflejo de oro, se derrama,
con tonos de carmín, por tu blancura,
sobre la cual, en armoniosa gama,
como en nieve, diluye su luz pura.


Cuando a tus dedos de marfil lo engarzas,
tus dedos blancos son alas de garzas
opresas entre fúlgida sortija.


Y si lo prendes en tu blusa floja,
pienso que un ascua, calcinante y roja,
te quema el cuello con su llama fija.



La sanguinaria


Finge un botón de acero empavonado,
lleno de gris y oscura luz ambigua,
que despide un reflejo abrillantado,
prendido en tu ideal sortija antigua.


Aún de su matiz ensombreado
no cuaja en su interior la luz exigua,
sino que irradia y brilla, iluminado,
y su belleza lírica atestigua.


Como rosa de acero, peregrina,
en tu extraña sortija bizantina,
a extraño insecto disecado iguala.


Y es en tu mano, de oro y nácar pura,
como un botón de acero, en la blancura
impecable y lunática de un ala.



La amatista


Piedra de transparencia delicada,
de un color de violeta luminoso,
sobre tu blanca mano, ensortijada,
es un extraño talismán hermoso.


Cristal teñido de óxido violado,
de transparente gama brilladora,
derrama su fulgor iluminado
en radiación joyante y seductora.


Son tus ojeras, cárdenas y bellas,
que marcan en tu faz las hondas huellas
del íntimo deseo que te agobia,


dos largas amatistas voluptuosas,
que, bajo tus pupilas luminosas,
palpitan en tu blanca faz de novia.



El ónix


No hay pupila letal ni negra yema
que se compare a tu negror intenso;
si lo miro sobre tu dedo, pienso
que la noche en tu dedo se ha hecho gema.


Es pupila de esfinge alucinante,
donde un hondo misterio se columbra,
y al par que es negro nítido, relumbra
lleno de luz, lo mismo que un diamante.


Una de tus pupilas lo he creído,
porque en el fulgurar de tus miradas,
sombra con luz, a un tiempo se han fundido;


y porque en su negror de gema fina,
igual que en tus pupilas encantadas,
miro el mismo misterio que fascina.



El coral


Del fondo de los mares extraído
de los raros zoófitos calizos,
sobre tu cuello, a tu collar prendido,
aumenta su belleza tus hechizos.


Flor marina de púrpura sangrienta,
roba a tu boca su color de grana,
y finge clavel rojo que revienta
y en pétalos de oro se desgrana.


Cuando en tu nuca, de blancor intenso,
lo miro ensangrentar tu carne, pienso
en el abierto rictus de una herida,


por donde, entre raudales desbordados,
brotara, de tus senos traspasados,
la sangre, como púrpura encendida.



La esmeralda


Finge una verde rosa peregrina
prendida de tus dedos armoniosos,
que tienen la apariencia, blanca y fina,
de una manojo de lirios temblorosos.


Es de un glauco color de ola marina,
y cual los verdes ojos misteriosos
de la serpiente, es verde que fascina
con sus claros reflejos luminosos.


Tus pupilas poseen su verde vivo,
aunque es el de tus ojos más lascivo
y tiene vagas luces temblorosas.


Mas tus ojos, así, se me figuran
dos verdes esmeraldas que fulguran
sobre dormidas aguas azulosas.



El crisoberilo


De suave brillo, claro y transparente,
tenue y redonda lágrima brillante,
auna a su matiz blanco y luciente,
limpia luz de reflejo fulgurante.


Al lirio imita en su color. Se siente
mirándolo en tu dedo palpitante
la ilusión de mirar un refulgente
lucero de blancura alucinante.


Si te adornas con él, Venus radiosa,
se piensa que su magia prodigiosa
conserva todo su feliz encanto.


Y cuando lloras de inquietud sencilla,
es un crisoberilo en tu mejilla
cada gota de nieve de tu llanto.



La perla


Lampo de luna luminoso y leve,
o tembloroso copo cristalino,
finge la perla, de blancor de nieve,
sobre tu blanco dedo alabastrino.


Tus uñas, nacaradas y pulidas,
son diez perlas joyantes, engarzadas
sobre diez blancas yemas florecidas,
o en diez conchas de mar aprisionadas.


Si en diadema de lírica realeza,
la ciñes a tu frente de alabastro,
da prestigio ideal a tu belleza;


y eres reina de altivo continente,
con una perla sobre de la frente,
luminosa y radiante, como un astro.



El ágata


Gema de aristocracia. En su dorado
engarce, llena de fulgor palpita,
como un bello pistilo iluminado
de azucena o extraña margarita.


Es un copo de nieve abrillantado,
y en tus ricas sortijas de oro, imita
un botón de alabastro, veteado
con patina sutil de hoja marchita.


Cuando la llevas en la negra nube
que finge tu radiante cabellera,
de tu cabello un claro nimbo sube.


Y, así, en tu cabellera colocada,
es una hermosa estrella que fulgiera
sobre una noche oscura. desmayada.



La cornelina


Tiene un color rosado y ambarino
en conjunción, radiante y armoniosa,
de ámbar delirio con carmín de vino,
y oro geranio con carmín de rosa.


Gema de bella y limpia luz de oro,
en claros nimbos su fulgencia arroja,
y parece, en su lírico decoro,
la flor sangrienta de tu boca roja.


Su luz en clara irradiación difunde
sobre tu mano, como sobre un ala,
y con tu carne de ámbar se confunde;


porque tu carne, que es rosada y crema,
su matiz transparente y puro, iguala
por una extraña afinidad de gema.



El rubí


Finge gota de sangre congelada
sobre el lascivo borde de una herida;
para aumentar su luz a la granada
roba su gama de carmín teñida.


El cáliz de la rosa ensangrentada,
encierra del rubí luz encendida,
y de los belfos de la puñalada
brota el rubí de grana desleída.


Al mirarlo en tu seno colocado,
y ver sobre tus senos, he pensado,
la herida de un florete damasquino;


o bien que ardiendo, en vivos resplandores
incendiara tu cuello alabastrino,
una llama de vivos resplandores.



La sardónica


La ilumina un reflejo opalescente
de naranja en sazón que al sol se dora,
como un cáliz de rosa, transparente,
que en pétalos de luces se desflora.


Si la luz la ilumina levemente,
de matices de grana se colora,
cual si encerrara en su cristal luciente,
el oro luminoso de una aurora.


Engarzada en tu antiguo camafeo,
derrama su dorado parpadeo,
de luminoso esmalte de granada.


Y al mirarla en tu nuca alucinante,
semeja el rictus, rojo y enervante,
de una honda y sangrienta puñalada.



La piedra de luna



Nítida y transparente como bella
perla de agua, tranquila y armoniosa,
guarda una tenue claridad de estrella
y un aparente languidez de rosa.


En su fulgir sereno tiene aquella
suavidad del lucero, que en la hermosa
placidez de la noche, se querella
con la fuente, que mana temblorosa.


Tal es de blanca, pura y transparente,
una gota de lágrima doliente
sobre el cáliz de un lirio derramada.


El llanto que tus ojos atesoran
piedras de luna son, que se evaporan
al rodar por tu faz anacarada.



El zafiro


Azul cual tus pupilas luminosas,
copia, en su transparencia cristalina,
el claro azul del cielo, en temblorosas
y delicadas luces peregrinas.


Si te vistes de azules terciopelos
tu cuerpo es un zafiro luminoso,
que labrara, entre líricos desvelos,
algún extraño orfebre caprichoso.


El zafiro diluye en las tranquilas
y temblorosas aguas de los lagos
su limpio azul, cual el de tus pupilas.


Y en el cobalto de azulada gama,
y en los cielos románticos y vagos,
como en tus ojos, su matiz derrama.



La crisolita


Es de un vivo color verde amarillo
de hojas secas o pálido alabastro,
y, así, radiante, el derramar su brillo,
fulge en tu dedo, cual pequeño astro.


Su luz, que vierte un fúlgido tesoro,
en uno solo dos colores funde:
el de la rosa y el jazmín de oro
que en sus facetas de cristal difunde.


Los áureos nimbos, que en doradas huellas,
tiemblan sobre los lirios ideales,
son luminosas crisolitas bellas.


Y son, también, radiante crisolitas,
los tranquilos reflejos boreales
del Polo, entre las nieves infinitas.