28.08.2010, 12:14
Jiménez, Giraldo
Cuba. 1892
El don de la lluvia
Con una pertinacia monocorde que aduerme
cae la lluvia en el viejo villorrio familiar,
y yo me entrego al canto de las aguas inerme,
y con vivos deseos de sentirme arrullar.
Reclino sobre el banco de trabajo la frente,
y en mi interior alcázar, solo, me reconcentro,
mientras la lluvia vierte su pertinaz nepente
y me hundo en la casa familiar más adentro.
Y así, en derredor mío, las aguas tienden una
cortina impenetrable de sombras y sonidos
que enclaustran totalmente mis ávidos sentidos.
(Canes enflaquecidos que ladran a la Luna)
y experimento así, abstraído en mi verso,
el placer de sentirme solo en el Universo.
Cuba. 1892
El don de la lluvia
Con una pertinacia monocorde que aduerme
cae la lluvia en el viejo villorrio familiar,
y yo me entrego al canto de las aguas inerme,
y con vivos deseos de sentirme arrullar.
Reclino sobre el banco de trabajo la frente,
y en mi interior alcázar, solo, me reconcentro,
mientras la lluvia vierte su pertinaz nepente
y me hundo en la casa familiar más adentro.
Y así, en derredor mío, las aguas tienden una
cortina impenetrable de sombras y sonidos
que enclaustran totalmente mis ávidos sentidos.
(Canes enflaquecidos que ladran a la Luna)
y experimento así, abstraído en mi verso,
el placer de sentirme solo en el Universo.