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Normale Version: El prisma roto (29)
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El prisma roto

Poema en églogas

(Original composición en sonetos)

Símbolos


EL AMADO.
LA AMADA.
LAS VENDIMIERAS.
EL POETA.
EL VALLE.
LAS MONTAÑAS.
LA MUSA.


EL AMADO

Hero, Laura, Julieta, Margarita,
Ideal..., yo no sé tu nombre; pero
sé que debes llegar, y en le sendero
velan todas mis ansias, Virgencita.
Los amigos se mofan de mi cuita;
mas yo, que tengo fe porque te quiero,
les respondo: -¡Hace tanto que la espero!
¿Cómo no ha de acudir a nuestra cita?
Sin que el fuego del cielo me acobarde,
atalayando el horizonte vivo
desde que sale el sol hasta la tarde,
y al cerrar, ya de noche, mi ventana,
murmuro, resignado y pensativo:
-Hoy no pudo venir. Será mañana...

EL AMADO

Y te acercas por fin cuando, temprana,
la luz llueve su rosa en los alcores,
y al mirarte venir cantan diana
los pájaros, las fuentes y las flores.
¡Si supieras! Mañana tras mañana,
sin temer del invierno los rigores,
salían a esperarte a la ventana
como novias inquietas, mis amores.

LA AMADA

¡Cuánto tardo en mirarte! Los abrojos
atormentan mi paso, dulce sueño,
y siento de llegar tales antojos,
que por verte más pronto, con empeño
delante de mis pies corren mis ojos,
delante de mis ojos va mi sueño.

EL AMADO

Cual rayito de sol, tibio y riente,
penetra tu mirar hasta mis huesos,
y su lumbre disipa todos esos
presagios de terror que hay en mi mente.

LA AMADA

Cual bandada de palomas impaciente,
como enjambre de párvulos traviesos,
del nido de mi boca huyen mis besos
al cielo misterioso de tu frente.

EL AMADO

¿Ves? Ya tiembla la luz en las montañas;
¿son acaso tus ojos dos sibilas
que me anuncian el sol? ¿Por qué lo extrañas
Muy pronto en nuestras pláticas tranquilas
verás anochecer en mis pestañas,
verás amanecer en mis pupilas.

EL AMADO

Ya estoy en tu regazo. ¡Qué serenos
me contemplan tus ojos! ¡Cuán me inundas
de amor! ¡Qué bien reposo en la rotundas
y blancas almohadas de tus senos!
¡Qué bien parlan tus labios, siempre llenos
de ternura y de vida! ¡Que coyundas
tus risas, y tus ósculos que buenos!

LA AMADA

Ven, amigo, ya es hora del cariño;
la noche con su arcano me provoca,
mi cuerpo se estremece y te desea...
Ven, amigo, desata mi corpiño...
Ven, abreva en el cáliz de mi boca.

EL AMADO

¡Oh, mi noche de amor, bendita sea!

EL AMADO

Vendimieras rollizas os conjuro
por lo que más améis... Otro momento
dejadla reposar en su aposento
de cañas y de arcillas, inseguro.
Muy ardua fue la noche... Amor es duro
velador, y la sombra su elemento.
¡Qué duerma! No golpeéis con ritmo lento
la frágil palizada de su muro.
¡Dejadla reposar, caterva amiga!
Así el buen San Isidro hinche la espiga,
os dé para la Pascua novios fieles,
cuaje toda heredad de oro opimos,
y de néctares nutra los racimos
y de vino sabroso los toneles.

LAS VENDIMIERAS

¡Dejémosla dormir! Acaso en breve
nuestros novios acudan a la cita,
y en cortejo vayamos a la ermita
coronadas de pétalos de nieve.

EL AMADO

Dejadla, por piedad, que el sueño pruebe:
furtivo es el placer, lenta la cuita;
mañana os seguirá de mañanita
por collados y oteros su pie leve.

EL POETA

Retirándose van las vendimieras
en medio de los oros de las eras;
y se pierden, por último, a lo lejos,
el eco pastoral de sus canciones.
El azul de sus luengos pañolones
y el rojo de sus vivos zagalejos.

EL POETA

Puebla el aire la voz de la campana,
enciéndense los tules de la aurora,
y el capuz de la niebla se colora
y el rumor de los nidos se desgrana.
Entintada de rosa la fontana
espereza su linfa arrulladora,
y el sol, como una gema ignicolora,
se prende en el azul de la mañana.
Al soplo de las auras estivales,
erizan crepitando los maizales
su airón de seda roja en el barbecho
cuajado de topacios y amatistas...
Amiga, es hora ya de que te vistas:
la luz juega en las ropas de tu lecho.

LA AMADA

¿Palpé la realidad o desvarío?
¿Es cierto que al amparo de la noche,
mi cáliz virginal abrió su broche
tremulante de gotas de rocío?
¿Es verdad que te he dado mi albedrío?
¿Verdad que de vivir hice derroche
ayer, y sin cautela y sin reproche
fui presa de tus brazos, dueño mío?

EL AMADO

¡No intentes definir con loco empeño
tus instantes de dicha transitoria:
que, ante el hondo misterio del pasado,
lo mismo son las dichas que su sueño,
lo mismo es de un bien cierto la memoria
que el recuerdo de un bien solo soñado!

LA AMADA

Amado, ya me voy. Bebí tu vino,
a tu mesa comí, puse a tus lares
las primicias de Abril: miel, azahares
y nenúfar del lago cristalino.
Tiempo es ya de que cumpla mi destino;
me aguarda el humo azul de mis hogares.

EL AMADO

¡Dios bendiga tus años si tornares!
Anda en paz y no olvides el camino.

LA AMADA

Por julio tornaré, cuando en las lomas
se besen, zureando, las palomas,
y enrojezcan las tardes como fraguas,
Y fulguren las rubias maravillas
y broten las moradas tempranillas
y se anuncien los truenos de las aguas.

EL AMADO

Escucha: si al tornar, a los confines
del predio no salí para besarte,
ni corren jubilosos a encontrarte,
meneando la cola, mis mastines,
ni inquieras, ni preguntes, ni festines
los ecos a tu voz; déjame y parte.
Dormiré, fatigado de aguardarte,
al abrigo del soto de jazmines.
Dormiré para siempre... No me llores;
entre flores nací, yazgo entre flores,
y encontré, más dichoso que los sabios,
que es amable y fecunda la existencia
si se lleva un fulgor en la conciencia
y una gota de miel entre los labios.

LA AMADA

Arroyo de cristales bullidores
que finges, al correr entre las gramas,
hidra inmensa de nítidas escamas,
clarosonante ruta de colores;
campiñas en que vagan los olores
del anís, del tomillo y las retamas;
nidos que desgranáis entre las ramas
vuestros trémulos cánticos de amores:
sabed que soy feliz, pues fui querida;
que en una hora de amor viví una vida,
y que a todos los vientos que encontrare
un mensaje daré para el Amado:
«¡Oh, viento, gran suspiro perfumado,
olvídeme de mí si le olvidare!»

EL AMADO

Fatigaré para seguir tus huellas
el mundo, de hoy es más eriazo y frío,
y oréis, hoscas montañas, valle umbrío,
el clamor de mis lánguidas querellas.
En las noches de abril, mansas y bellas,
levantando mis ojos al vacío:
-¿Habéis visto a la que ama el pecho mío?,
preguntaré llorando a las estrellas.
Y piadosos el valle y las montañas,
conociendo mis íntimos dolores,
y movidos tal vez de mi quebranto,
me dirán con la voz de sus entrañas:
-¡Vas a ver cómo vuelve! Ya no llores.
Y yo responderé: -¡La quiero tanto!

EL VALLE


(Al AMADO.)

¡Qué sé yo de tu mal! Callo y germino
bajo todas las vidas y dolores;
mis solos pensamientos son las flores
y las matas que huella el peregrino...
Mortal, ¡qué se me da de tu destino!
Mortal, ¡qué se me da de tus calmores!
Ven, ahoga en mi seno tus amores:
de tu carne haré rosas del camino.
Ven a mí, ya no robes a Deméter
sus jugos y su fósforo, ni al éter
los gases de tu cuerpo. Ven inerte
a yacer en mi túnica inconsútil.
El hombre, cuando vive, es menos útil
a la eterna creación que cuando duerme.

LAS MONTAÑAS

(Al AMADO.)
¡Oh, mortal! Es en vano que renueves
tus suspiros, tus quejas y tus rimas:
glaciales somos, ¡ay!, cual nuestras cimas
hopadas in aeternum por las nieves.
¡Oh, cuánto yerras si a esperarte te atreves
que con tus pobres cantos nos animas!
No podremos mezclar, aun cuando gimas,
una gota de miel al mal que pruebes.
Arrugas milenarias del planeta,
guardamos un enigma en cada grieta,
que el rayo con fulgores instantáneos
nos logra penetrar; y siempre mudas
nos hallarás , de compasión desnudas,
rasgando el cielo azul con nuestros cráneos.


LA MUSA

I

¡Ah! ¡Tú ya me desdeñas! No te mueve
la pena sin medida que me embarga,
y tu cruel desamor halla muy larga
la vida que mi sueño halló tan breve.
¡Quién habrá que los éxtasis renueve
de un amor que fue vuelo y que hoy es carga,
de un amor que fue miel y que hoy amarga,
de una amor que fue llama y hoy es nieve!
¡Y pensar que en las noches invernales,
cuando enfermo, sin fe, sin ideales,
lamentabas del sino los excesos,
enjugué de tu llanto el mar salobre,
partí tu duro tálamo de pobre
y sollozando te arropé en mis besos!

II

Como madre que vela y se consume
contemplando la cuna de su niño;
como garza que arropa en el armiño
de su blando plumón al hijo implume;
como hábil hortelano que resume
su esfuerzo en un botón que pide aliño,
el capullo celé de tu cariño
por ver si daba flor y era perfume.
Que lo digan la rosa y los claveles,
que lo digan las dalias de caireles
matizados, la fucsia y la violeta...
¡Y todo para qué! ¡Para que un día
otros labios bebieran ambrosía
en el lirio ideal de mi poeta!

EL AMADO

¡Basta, Musa, consuélate, no llores!
¿Quién osara decirte, dueño mío,
que pagó tus piedades con desvío
deshojando tus flores y mis flores?
Hombre soy y me rindo a los amores;
mas enlazo a las dos en mi albedrío,
como enlazan dos márgenes de un río,
como enlaza un matiz a dos colores.
Ya no penes, por Dios: en giro ledo
ven a mí como ayer, y sin agravios
con ósculo de paz mi boca sella.

LA MUSA

No, no quiero acercarme; tengo miedo
de hallar, trémulo aún entre tus labios,
al quererte besar, el beso de ella...

EL AMADO


Si vieras a mi novia, holgando quejas
envidiaras el ímpetu inseguro
que la humilde parásita del muro
que sube a darle flores a su rejas.
es tan linda que tú te la asemejas;
hechizo es su mirar, su voz conjuro,
y geranio de olor su aliento puro
y pétalos rizados sus orejas.
De sus labios destilan ricas mieles,
son aleros de seda sus pestañas,
y tiene en sus mejillas tentadoras
los perfumes de todos los vergeles,
las frescuras de todas las montañas
y las rosas de todas las auroras.

LA MUSA

Y yo... ¿no soy hermosa? ¡Quién resiste
a mis ojos! Mis ojos, bien amado,
son dos lotos de cáliz azulado
que tiemblan sobre un mar sereno y triste.
Mi cabello es un haz que se reviste
del más bello matiz tornasolado;
mis cejas son dos alas que han posado
su vuelo sideral cuando las viste.
Mis labios, exquisitos cual manjares
de la mesa del rey, cantan ufanos
los versos del Cantar de los Cantares;
dos tréboles de nácar son mis manos;
mis senos, dos colinas de azahares;
mis pies, dos leves párvulos hermanos.

EL AMADO

Amiga, es la verdad: nadie pregona
sus encantos mejor; tu frente brilla
como un orto de sol; tu faz humilla
la belleza ideal de una madona.
Tu amor es mi angustia y mi corona,
mi cielo está en tu rostro sin mancilla;
pero ella es la mujer de mi costilla,
mi dómina, mi carne, mi varona.
Eres alta, ella humilde; tú eres astro,
ella solo mortal; mas cuando arrastro
la cruz de mi pasión, mientras tú sueñas,
ella, en pos de mi Gólgota bendito,
me sigue como humilde corderito,
dejando su toisón entre las breñas.

LA AMADO

Perfuman las mandrágoras: las flores
se yerguen titilantes de rocío,
y esmaltan sementeras y baldíos
como estrellas de vidrios de colores,
la caterva riente de pastores
aléjase jovial del caserío, 285
a la vera del púber sembradío
donde cuaja la espiga sus primores.
Ya llegan del portal a las ruinas,
piando de placer, las golondrinas;
ya procuran las garzas los ribazos;
ya vuelve el pato azul a los juncales,
ya regresa el gorrión a los trigales,
¡y yo torno, mi bien, hacia tus brazos!

EL AMADO

Mientras tú estabas lejos del Esposo,
fue perenne espejismo del sentido
tu nombre, que es arrullo en el oído
y en los labios almíbar deleitoso.
A causa del aroma delicioso
que tienes en los labios escondido,
tu nombre es un aroma difundido
por las alas del viento nemoroso.
¡Oh!, vuelve a mí; te aspiraré anhelante
cual saquito de mirra perfumada,
Sulamita gentil (aunque morena
por que el sol ha mirado tu semblante).
Ven a mí: ya te aguarda en la majada,
modulando sus églogas mi avena.

EL AMADO

I

Mujer, ¿bajo qué luz, bajo qué prisma
amé tus ojos y seguí tu huella,
que hoy, rota la ilusión, eres aquella
y eres otra a la vez, en raro cisma?
Contradicción humana que me abisma,
sarcasmo formidable de mi estrella...
Fuiste luz y eres noche... Fuiste bella
y eres sombra tan solo de ti misma.
Soñé que te quería en un remoto
paraíso de amor; pero ya roto
el encanto mirífico, despierto,
y encuentra por su mal el alma esquiva
una pobre mujer, ardiente y viva,
y un ensueño de amor, helado y muerto.

II

¡Corazón, corazón, tú que blasonas
de la gloria de amar..., amaste en vano!...
Era carne no más, era gusano
la sien que circundaban de coronas.
¿Por qué lates, qué buscas, qué pregonas?
Amor es fuego fatuo de pantano.
Ven, maldice el amor, como el enano
nibelungo en las fábulas teutonas.
Ven, maldice el amor. Petrarca, Dante,
Tasso, Shakespeare, Musset, ¡oh, cuán distante
estaba la mujer de vuestra meta!
A la mujer divinizasteis, pero
como Job del infecto estercolero,
surgió siquiera incólume el poeta.

LA AMADA

Nubes, auras, perfumes, tarde umbría,
valles, montes de azur..., por donde fuere
os irá preguntando el alma mía:
Decid, ¿hay duelo igual al que me hiere?
¡Mi amor, mi solo bien, fue luz de un día:
surgió, brillo.. tramonta y se me muere!
El amigo que tanto me quería
y a quien tanto adoré ya no me quiere...
Su numen me vistió de resplandores,
sus estrofas cantaron mi belleza,
su joven fantasía me dio galas;
mas pasó la ilusión como las flores,
y he aquí que languidezco de tristeza
de ya no poseer iris ni alas.

EL AMADO

(A la MUSA.)
Vuelvo a ti con ternuras infinitas
en demanda de paz; está cansado
mi báculo de haber peregrinado
en pos de amor y recogiendo cuitas.
Tú sola ni te vas ni te marchitas;
tú sola eres verdad, ¡oh dueño amado!
¡Vieras!, ya nada tengo... he deshojado
con fiebre de placer mis margaritas.
Ampárame y alivia mis congojas;
en mi vida sin fe caen las hojas
y ni un pétalo queda ni un retoño.
Te dejé con el alma en primavera,
y torno a tu regazo con la austera
tristeza de las tardes del otoño.

LA MUSA

Pena, pena; tus lágrimas apura
y redímete así, pues que quisiste
trocar a la mujer, que es carne triste
en Beatriz de tu vida: selva oscura.
La mujer es la carne que fulgura
con fulgor de ilusión, mientras resiste.
Después..., ido el fulgor sólo persiste
el dedo del pecado y de la hartura.
Llora, llora tu sueño hecho pedazos,
y luego ven y duérmete en mis brazos;
yo soy la sola esposa que no hastío,
yo soy la flor nunca marchita.
Hero, Laura, Julieta, Margarita:
¡yo soy! ¡Ven a las nupcias, dueño mío!

EL AMADO

¡Oh mi reino interior, refugio abierto
a todos los cansancios! Te columbra
a lo lejos mi mal, como vislumbra
la angustia de los náufragos un puerto.
Agar abandonada en el desierto,
bajo un sol que abochorna y que deslumbra,
¡mi espíritu soñaba en la penumbra
deleitosa y tranquila de tu huerto!
No más vida exterior: ámenla otros.
Ideal estás dentro de nosotros
y en mi mente inmortal veré tus huellas.
Pedí cielo y estrellas al abismo,
y halle, tras largo viaje, que en mí mismo
llevaba sin saber cielo y estrellas.

ENVÍO

A ti, que con un ímpetu que asombra
caminas hacia Dios, tu eterno dueño,
y vives en el Sueño como un sueño
y en la sombra te duermes como sombra:
Por tu labio que a Cristo solo nombra,
y tu carne que sangra en duro leño,
y tus pies abnegados cuyo empeño
es hallar muchos cardos por alfombra;
a ti, vaso de amor y de tristeza
que ves en el martirio una grandeza
más alta que las nubes y las cimas;
a ti, Santa, mi numen te dedica
este libro que al Sueño glorifica
con la gloria inefable de las rimas.