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Normale Version: Pinceladas (8)
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Pinceladas


I


Parece que, suspenso en su carrera,
quedóse el sol en el cenit clavado;
sigue el agua su curso fatigado
y la arena del margen reverbera.


En el bosque cercano desespera
el silencio de muerte que ha reinado,
y apenas se oye el canto desolado
de la torcaz medrosa y plañidera.


Salta un ciervo: a los vientos interroga,
hunde sus secas fauces con anhelo
en la corriente que su sed ahoga;


asustada una garza tiende el vuelo
y como nube solitaria boga
por el azul espléndido del cielo.



II


Orando acaso por el ser que adora,
imagen muda del dolor sombrío,
el funerario sauce sobre el río
cuelga su cabellera protectora.


Tenaz conserva su actitud traidora
un martín pescador, hosco y bravío,
y al parecer, durmiéndose de hastío
está en la rama que se inclina y llora.


Por fin en el remanso un pez blanquea,
rápido se derrumba de repente
y el agua con violencia chapotea;


vuelve a posarse en el sauce doliente.
Y parece, al bañarse en luz febea,
que llevara en el pico un ascua ardiente.



III


Ha tiempo que la lluvia bienhechora
no difunde la vida y la alegría,
que el enervante y caluroso día
viene después de festejada aurora.


El sol vierte su lumbre caldeadota
del ancho cielo en la extensión vacía,
se retuerce el arbusto en agonía
y en los cauces el agua se vapora.


Una tarde los míseros mortales,
pidiendo gracia en la feroz contienda
y buscando un alivio a tantos males,


lleva en aras de sencilla ofrenda,
a través de los áridos maizales
al tutelar patrono de la hacienda.



IV


Por fin, dándole forma a la esperanza
de que termina la moral reyerta,
bordando airosa la extensión incierta
se divisa una nube en lontananza.


El potro al viento su relincho lanza
como un clarín que se mantiene alerta,
y mientras todo en torno se despierta
la nube negra y majestuosa avanza.


De pronto surge del oscuro seno
lívida cinta de bruñida plata
desaparece entre el fragor del trueno,


y entre tanto que el eco se dilata,
de la excelsa región manda el Dios bueno
brilladora y sonante catarata.



V


Cesó la lluvia torrencial: la tierra
a la vida despierta sonriente,
besa el sol, al perderse en Occidente,
la cresta azul de la erizada sierra.


Por las fragosas soledades yerra
atronador y rápido el torrente,
y se derrama por el fresco ambiente
cuanto perfume la corola encierra.


El cenzontle celebra en la espesura
la vespertina fiesta que hasta el nido
llevó el canto más dulce de ternura;


llora el bosque, empeñado y aterido,
y la húmeda extensión de la llanura
la puebla el toro con triunfal bramido.



VI


Las trepadoras en confuso vuelo
el reposo perturban de los nidos,
y se posa, gritando, en los erguidos
bosques que tocan con la frente al cielo.


De la hojarasca entre el espeso velo
brotan risas y llantos y gemidos,
y una lluvia de frutos carcomidos
está alfombrando si cesar el suelo.


Asoma el gavilán: con alegría
de sangriento festín torna en palacio
el cortinaje de la selva umbría;


y un girón de esmeralda y de topacio
flota con azorada greguería
por el azul radiante del espacio.



VII


Bulliciosas cruzaron las murallas
de la sierra, el desierto y el bohío,
y las dos van buscando a su albedrío
de hermosos climas las remotas playas.


Los chicuelos que sirven de atalayas
gritan ¡adiós! con fuerte vocerío,
y al trasponer el rojo caserío
les responden ¡adiós! las guacamayas.


¡Adiós! y hieren con el ala abierta
la despejada atmósfera tranquila
de la anchurosa inmensidad desierta;


fatigada las sigue la pupila
y desaparecen en la línea incierta
que la montaña en el azul perfila.



VIII


¡Oh las tardes de junio. Es un santuario
la tierra de flotantes oraciones
que ascienden a las límpidas regiones
como espirales blancas de incensario!


La ermita desde el pobre campanario
esparce sus aladas vibraciones,
y regresan, cantando los peones
de las fatigas del trabajo diario.


De la florida y susurrante rama,
como un himno triunfal surge el gorjeo,
y entre tanto rumor que se derrama


predomina el monótono voceo
que pertinaz y quejumbroso llama
a las vacas mugientes al rodeo.